miércoles, 31 de diciembre de 2014

Nochevieja en Calabuch

Luis García Berlanga con Peñíscola al fondo, su particular Calabuch
No existen demasiadas diferencias entre el fin de año en la década de los cincuenta y aquel que significó un cambio de siglo, pues si Berlanga levantara la cabeza, en pleno siglo XXI, seguramente volvería a rodar otra película en Calabuch. Porque, como dice algún cantautor amigo, la historia se repite una y otra vez y todos rodamos dentro de una ruleta que, eligiendo cada vez un número distinto, gira siempre sobre el mismo eje y al parecer, empujada por las mismas manos que deciden nuestro destino: Igual ayer que hoy. Y Berlanga rodaría esa película, una vez más, contando la historia de un hombre desencantado, extraviado, en tierra extraña, que solo desea pasar desapercibido, desaparecer y que podríamos ser cualquiera de nosotros mismos (Edmund Gwenn o Michel Piccoli). De nuevo, habría un hombrecillo del pueblo intentando sin éxito terminar la pintura de una palabra que significa libertad (Tanto en Calabuch como en París-Tombuctú, el hombrecillo es Manuel Alexandre) y estaría presente el imperio austrohúngaro y los anarquistas soñadores y la mano del poder opresora y el cura circense y el surrealismo y la pantomima de España que continúa, hoy igual que ayer, ofreciendo el grotesco espectáculo de la pandereta y la fiesta estúpida, de ese volver la cara hacia otro lado para no ver la propia y desesperante realidad. Berlanga, en el siglo XXI, volvería a Calabuch.
Edmund Gwenn observa a Manuel Alexandre en "Calabuch"
Muy significativo es el papel de Manuel Alexandre, tanto en Calabuch (Berlanga 1956) como en París-Tombuctú (Berlanga 1999) En las dos películas, su personaje es un pintor que intentar terminar una palabra. En Calabuch, la palabra es "Esperanza" y la pinta sobre una barca. En París-Tombuctú es "Casino Libertario" y se trata de una fachada en un lugar que pretende ser un reducto del libre pensamiento. Berlanga crea con este paralelismo un mensaje claro, además con el mismo actor representando un personaje por el que, aunque ha pasado el tiempo, sigue siendo el mismo, rodeado por las mismas circunstancias.
Michel Piccoli y Juan Diego
El papel del extranjero errante que Michel Piccoli desempeña en "París-Tombuctú" es el de Edmund Gwenn en "Calabuch" Aquí, levanta el brazo celebrando el éxito del cohete lanzado y fabricado por él mismo, junto al actor Nicolás D. Perchicot
París-Tombuctú no deja de ser una manera de revivir lo que fue Calabuch y aunque menos brillante, es completamente necesaria, más dura y desesperada. Hay quien opinó que no aportaba nada nuevo, porque ya existía Calabuch. Quien no conocía Calabuch, vio en ella algo absurdo y hay quien creyó que no era un digno colofón para la carrera del director. Sin embargo, creo que resulta interesante destacar la maestría de Berlanga al dejar testimonio con París-Tombuctú de que la España de fin de siglo no difiere tanto de la franquista. Y es más, vista desde el siglo XXI, constatamos que la España actual, lamentablemente, sigue siendo la misma que se sienta a la mesa, cada Navidad, para ver el mensaje del Rey, hoy llamado Felipe VI... Vamos, como París-Tombuctú y Calabuch: diferente nombre, misma historia. En definitiva, Luis García Berlanga cerró el círculo con estas dos películas, creando una obra atemporal, actual, veraz y dueña de un claro mensaje en el que revelaba, con más inteligencia que palabras, que en este país, la historia se repite incansablemente y quizá este giro constante de peonza sea la razón por la que nunca podremos avanzar.

José Isbert es el entrañable farero de Calabuch
Más amable y entrañable es la película que Berlanga rueda en 1956 El profesor Hamilton (Edmund Gwenn) parece encontrar en Calabuch su Shangri-La particular, un lugar ideal para vivir. Pero, en definitiva, al final de su pequeño y onírico periplo, deberá afrontar la cruda realidad, una realidad que le mantiene preso. El profesor Hamilton se había fugado de los Estados Unidos en plena Guerra Fría, al darse cuenta de los horrores que podían producir sus descubrimientos en el campo de la energía atómica. Y en Calabuch no hay nada de eso, nadie le reconoce.  Pero no hay que olvidar que, ya en la película del 56, encontramos en Calabuch personajes incomprendidos que desean escapar de allí, como el preso que protagoniza en pantalla el italiano Franco Fabrizi o la profesora, Valentina Cortese. Recordemos también que existe una red de contrabando de la que Berlanga no explica demasiado, pero que está ahí, como un grupo de conspiradores contra el poder establecido, representado por la autoridad de la Guardia Civil, papel del actor Juan Calvo Domenech. Y también tenemos presente la feliz ignorancia de la España franquista y su crucial hermetismo, representado en el personaje del farero (José Isbert), del fabricante de cohetes (Nicolás D. Perchicot), del grotesco torero (José Luis Ozores) o del cura del pueblo (Félix Fernández)
Liberado del corsé de la censura franquista, Berlanga vuelve a Calabuch para rodar París-Tombuctú. Un director que en la película original, en plena censura, se permite dejar diálogos como "El NO-DO es aburridísimo. Es como un periódico pero más atrasado" tenía pendiente una nueva visita a este pueblo inventado y su historia en los albores del siglo XXI El resultado es una película igualmente surrealista, que retrata de nuevo la vieja España, demostrando que es la España de siempre y que, probablente, no cambiará. Pero en los personajes centrales hay una notable evolución hacia el desencanto. Así como el profesor Hamilton (Edmund Gwenn) encontraba en Calabuch su paraíso terrenal, Michel Piccoli, el extraviado ciclista de París-Tombuctú, está desencantado con la totalidad del mundo, preso de un destino incierto en un viaje constante que parece no tener final y es un suicida errante que la misma noche de fin de año, no consigue su objetivo.
Eusebio Lázaro y Concha Velasco en "París Tombuctú"
Atípica paella nudista la que devoran en la plaza del pueblo, los asistentes
Merecen capítulo aparte los papeles del anarquista Juan Diego y de Eusebio Lázaro. El primero, igual que el preso de la antigua Calabuch, intenta sabotear la fiesta y hacer tambalear el poder establecido. Para ello, incluso fabricará una bomba que lanzará después de las campanadas, en Nochevieja (claro paralelismo, incluso morfológico, entre la bomba de Juan Diego y el cohete de Edmund Gwenn) El segundo, es un personaje que desea huir, no de Calabuch, del país entero. Literalmente manda a España a la mierda y huye por carretera, en bicicleta.
Concha Velasco, Javier Gurruchaga y Amparo Soler Leal, tres hermanos que son fiel reflejo de la sociedad española y esperan, sin éxito, ser herederos del torero Manolete con la que su madre, supuestamente, tuvo una aventura.
Pero tanto en Calabuch como en París-Tombuctú, hay personajes fijos que se repiten y retratan a esa España de siempre: El cura de pueblo, la Guardia Civil (que en la película del 99 vuelve a llevar tricornio), el alcalde o la alcaldesa, los soñadores ingenuos y los que vagan en contra de ese poder establecido y no logran encontrar su lugar en la sociedad. Resulta imprescidible el visionado de las dos películas, siendo conscientes de que están separadas por 44 años, por una dictadura que desembocó en Transición y definitivamente en falsa democracia y que están dirigidas por un mismo director, testigo de ese paso del tiempo que también es consciente de que, después de todo, nada ha cambiado y lo demuestra con su mejor herramienta, el cine. Calabuch (1956) está ambientada en días navideños, cercanos al fin de año. Paris-Tombuctú (1999) también está ambientada en estos días centrando el final en Nochevieja. Me ha parecido adecuado recordar estas dos películas para celebrar que 2014 ya termina. Ahora toca ponerse la boina, la camisa de cuadros, el pantalón por encima de la cintura, los tirantes y decir aquello de "Seguro que 2015 es mucho mejor" mientras Manuel Alexandre, en algún lugar del universo, sigue intentando dibujar la "S" perfecta de una palabra que signifique libertad.
Revelador último fotograma de "París-Tombuctú"

Y reveladora imagen del abatido profesor Hamilton en "Calabuch"

jueves, 25 de diciembre de 2014

Inviernos


Este año se han ido rodando todos los inviernos vividos en un gran estepicursor y algunas de sus diásporas, las más caprichosas, han decidido tomar un combinado en Martini's, por ver si escuchan de una vez alguna campanada, por lejana que esté, en algún barrio de este ajado Bedford falls. Con un ponche bien caliente entre las manos han charlado de los viejos inviernos. Y han brotado las imagenes, inevitables. Fotogramas, como los que habitan nuestros sueños, que atesoran una buena parte de nuestra historia y de todo aquello que somos.
Personalmente, en mi Bedford falls particular, estos inviernos estuvieron íntimamente ligados a canciones, aromas, películas, poemas, imagenes y sonidos que se han cosolidado hoy como algo imborrable para la memoria. Mi madre solía leerme Las tres reinas magas de Gloria Fuertes. Veíamos en televisión Qué bello es vivir (Capra 1946), Plácido (Berlanga 1961), Un millón en la basura (Forqué 1967), La mujer del obispo (Koster 1947), El hombre que vino a cenar (Keighley 1942) White Christmas (Curtiz 1954) De ilusión también se vive (Seaton 1947) y algunas cosas menores como A Christmas Story (Bob Clark 1983) o Navidad todos los días (Larry Peerce 1996) Cuando era más niño recuerdo también los dibujos animados como Una Navidad con Charlie Brown (Melendez 1965) Casper en Navidad, Mickey Mouse protagonizando el Cuento de Navidad de Dickens o aquellas inolvidables producciones de la Rankin Bass, como El pequeño tamborilero (un film con marionetas, producido en 1968), Rodolfo, el reno de la nariz roja (de 1964) o Santa Claus is comin' to town, (de 1970, narrada por Burl Ives), todas ellas películas que, aunque relataban un paisaje idílico e irreal, conformaban una mágica estampa navideña.
En resumen, una época en la que teníamos la feliz ignorancia de los niños, creíamos en la magia y había belénes, árboles de navidad y extrañas luces surcando el cielo, la noche del 24 de diciembre y del 6 de enero. En Zaragoza, solíamos visitar el belén de las Hermanitas de los Pobres, uno de los primeros en los que se hacía de noche y amanecía y solíamos salir por las calles, simplemente, para ver cómo se divertía y salía a la calle esa gente que le gusta que le miren cuando se divierte. En fin, como dijo Mel Torme en uno de sus clásicos navideños, Christmas was made for children y lo demás, pertenece al mundo real.
 
Y alrededor del ponche, un vaso cada vez más vació, las diásporas que rodaban por el desierto recuerdan todos esos inviernos que se fugaron de la realidad, desde la infancia y que vistos desde hoy, quedan tan lejanos que parecen parte del sueño. 




Las diásporas apuran el último trago y vuelven al viaje. Abandonan el Martini's y salen de nuevo al invierno, donde ha cambiado la ciudad. Ahora les espera la realidad, en Pottersville. Y desde esta realidad, desde este invierno donde ya no hay más que invierno y se desean felices fiestas por no nombrar la palabra navidad, debemos crear los nuevos y mágicos recuerdos que, sin abstraernos de la hermosa realidad, nos hagan comprobar una vez más que la vida es maravillosa, ya por el hecho de ser simplemente vida. Feliz tiempo. Feliz vida.



lunes, 22 de diciembre de 2014

Cruzando por última vez la medianoche

Joe Cocker, la leyenda viva de Woodstock, ya le ganó una vez la partida al alcohol. Este blanco de alma negra, volvió redimido a la carrera y fue el número uno de un soul característico y único que fue suficiente para consolidarse como una de las voces reconocibles en la música del siglo XX Fue capaz de interpretar como nadie algunos temas clásicos y otros nuevos, especialmente compuestos para él, pero sobretodo, para mí, fue un compañero nocturno, una voz ideal para escuchar pasada la medianoche. Cuando suena un saxofón, llega el anochecer sin importar la hora del día en la que estemos. Con la voz de Joe Cocker ocurría prácticamente el mismo efecto. Hoy, Joe Cocker, ha cedido a la enfermedad tras otra larga lucha y el cáncer de pulmón ha acabado con su vida. En nuestro recuerdo permanecerán infinidad de canciones y de notas desgarradas, cruzando la medianoche, con aliento de amanecer. Dejo aquí una reseña de Across from midnight, en mi opinión, el mejor disco que publicó Joe Cocker. Y por supuesto, el tema que dio nombre al disco:




Esta noche he querido despedir a un amigo. Ya que, una voz que te acompaña tantas noches, es ya una voz amiga. ¡Adiós, Joe!

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Poema para Iris


La escarcha puebla el zarzal
reseco y baldío
de esta tierra yerta
que obliga a la humildad.

Yo acaricio esa mano fría y azul
que obstruye palabras en mi lengua.
Camino sin alma, mis ropas llenas de aire,
tomando prestada la libertad
en trazos de otras manos;
la libertad
del sin techo-parte del paisaje,
la libertad del limo en el río,
la libertad de las plantas
ganando mis límites.

La escarcha ahoga el zarzal
y yo tomo oxígeno
en tus silencios de pincel.

*Las dos pinturas que aparecen son obra de Iris Lázaro y la música es Moonlight becomes you, interpretada por la trompeta más triste del jazz,  Chet Baker.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Cien poemas

Casi veinte días han pasado sin poder actualizar este blog que nació con la intención de ser el principal de todos los que administro. Pero las circunstancias restan minutos y protagonismo a este tiempo detenido. Aún con todo, no quería pasar la oportunidad de celebrar con vosotros, amigos que condensáis el tiempo entre estas letras, un insólito centenario dedicado a la poesía. Y es que, con esta entrada, ya son cien los poemas publicados en este blog. Este último, el que hace el número cien, se titula La Cadiera. Espero que guste y le sucedan otros cien poemas más.



La Cadiera

Si de esta cadiera hablara
su mudo recuerdo frente a los pirineos,
narraría un beso secreto,
oculto de las tibias luces
que cubren Jaca,           
a la última campanada.

Si de esta cadiera hablara
su antigua madera junto al bosque,
revelaría cuán largo el olvido
del árbol que fue.
Qué habitado es el silencio
de la savia recorriendo estática
los surcos de su historia,
qué profundas llegaron a ser
las raíces desheredadas
y qué dolorosa la pradera estrellada
del verso secreto
bajo las luces huídas.

Si esta cadiera hablara,
lo haría de una infancia emborronada,
ancestral.
Confesaría bombas
y un torrente de dolor
gritando sangre
por sus calles.
La metralla alcanzando el costado
de aquella buena mujer
o el tejado sepultando
las familias perdidas
en el árbol de la salud.

Si lo hiciera,
enmudecería ante el triste y sucio mundo
que lava su rostro
a sus ojos.
Si lo hiciera,
si esta cadiera hablara,
volvería a ser un árbol.






Acompañaría este poema con un blues escrito en aragonés por Kike Ubieto. Invito al personal a escucharlo en su página web: Albada in blue

domingo, 9 de noviembre de 2014

El teatro de Miguel Mihura: "Maribel y la extraña familia"


Hace ya casi un año, paseaba por el rastro de la Plaza de La Seo en Zaragoza y encontré, entre apetecibles colecciones de libros antiguos, amarilleados por el paso del tiempo, lo que yo considero un pequeña joya editada por Castalia en 1977 que incluye las obras Tres sombreros de copa y Maribel y la extraña familia de Miguel Mihura, prologadas por el propio autor. Precisamente es un ejemplar editado el año de la muerte de Mihura, un año después de ser elegido académico de la Real Academia Española. Desde que entré en contacto con la obra de este genial autor, gracias al cine y en buena parte al director zaragozano José María Forqué y su versión de Maribel y la extraña familia, quedé interesado por su producción teatral completa, admirando su particular, moderno e insólito sentido del humor en unos tiempos difíciles en los que una España gris había olvidado cómo reir. Quizá por esta razón, el humor negro de Mihura es particularmente ácido y valiente, si tenemos en cuenta el contexto histórico que rodeaba su obra.
Miguel Mihura y Fernando Fernán Gómez, para el que escribiría El caso del señor vestido de violeta
Nacido en Madrid en 1905, hijo de actor, autor y empresario teatral, su vida, desde muy temprana edad, estaba "condenada" a la farándula. Por eso, a la edad de dieciocho años, ya comienza a colaborar como dibujante y autor de historietas y pequeños artículos. Tanto es así que, a la edad de 27, escribe su primera obra Tres sombreros de copa, que no se llegaría a estrenar hasta 1952, veinte años más tarde. En noviembre de 1937 aceptó la dirección de la revista propagandística nacional La ametralladora y sustituyó las alabanzas a Franco, al ejército y a la bandera por un humor vanguardista, nuevo, cuyo antecedente hay que buscarlo en autores como Ramón Gómez de la Serna o Jardiel Poncela y en colaboradores con los que Mihura contaría para La ametralladora, como fueron Tono y Edgar Neville. Mihura cambiaría tanto el rumbo de esta revista que en 1938 autoridades franquistas denunciaban ciertas deformaciones en la moral y en la psicología honrada y simple, y el efecto contraproducente que los artículos podían tener sobre los soldados del bando nacional. Al cabo, La ametralladora en manos de Mihura, no fue más que el caldo de cultivo de la revista humorística por excelencia en nuestro país, La Codorniz. Aunque, durante la guerra civil, Mihura se refugió en San Sebastián y militó en la falange, cuanto menos es sospechoso este giro que imprimió en una revista propagandística, eliminando la cuestión nacional como leitmotiv de la publicación.
 
Miguel Mihura funda La codorniz en 1941 evolucionando el estilo que había impuesto a su paso por La ametralladora y dando a conocer al embotado público español una nueva clase de humor que derivará más tarde en el llamado teatro del absurdo. Tanto fue así que las obras teatrales que Mihura produjo fueron mal llamadas (y en esto protestó amargamente su propio autor) "codornicescas" siendo, a mi modo de ver, el punto más álgido y ácido de este humor sus obras El caso de la mujer asesinadita, El caso de la señora estupenda, Tres sombreros de copa y la modernísima Maribel y la extraña familia.


Precisamente Maribel y la extraña familia es la primera obra que conocí de Miguel Mihura y fue, como he dicho, gracias al cine y a José María Forqué, al ver la cinta que el director maño dirigió en 1960 (un año después de su estreno teatral en 1959) que hace años reseñé aquí, en mi antiguo blog. No pretendo ahora hacer un refrito de aquella entrada, más bien acercarme mejor a la idea de la obra teatral que concibió Miguel Mihura. A lo largo del repaso de su trayectoria que deja escrito en el libro de Castalia el propio Mihura, relata cómo, en 1951, cuando económicamente atraviesa una grave crisis, decide "prostituirse" y confeccionar obras de teatro a medida de los actores y de un público positivamente comercial, digamos, trabajos fáciles para que el público aplauda. Es así como produce, por ejemplo, obras como Mi adorado Juan, para el actor Alberto Closas, Melocotón en almíbar para Isabel Garcés, o El caso del señor vestido de violeta, por encargo de Fernando Fernán Gómez. No obstante, como el propio Mihura asegura, con 42 años y un poquito de decencia profesional, esta "prostitución artística" no se llevaría a cabo de un modo rotundo y siempre mantedría presente el humor negro que le caracterizó durante toda su trayectoria, en estas obras por encargo, evolucionando definitivamente hacia la sátira. La idea de escribir Maribel y la extraña familia nació en 1956 al proyectar una producción teatral para la actriz Maritza Caballero que también representaría en los escenarios Tres sombreros de copa. Según cuenta Miguel Mihura dispuso tan solo con unos meses de tiempo para escribir la obra y partió de unas anotaciones autobiográficas que tenía en una libreta, sobre alguna de sus experiencias vitales que, en época franquista, eran completamente tabú. Una noche , al llegar a su piso de soltero con una prostituta (o, como él llama, "golfita") esta, temiendo que la llevara a un picadero, preguntó en el ascensor "Vivirás solo, ¿no?" Y Miguel respondió "No. Vivo con mi tía" a lo que la chica rompió a reír. Tras el affair de pago, Miguel Mihura anotaría en su libreta: "Un señor cita en su casa a una putita que acaba de conocer en un bar. La chica le acompaña al piso para cumplir con su obligación y resulta que de repente el señor le presenta a su madre y a su tía". Ya tenemos el comienzo de Maribel y la extraña familia. Es una de las obras de humor más negro y arriesgado de Mihura, para mí, la más redonda, a pesar de que Tres sombreros de copa fuera tan vehemente y moderna para estar escrita en 1932 Suelo comparar esta obra con el humor de Capra en Arsénico por compasión en cuanto al misterio que rodea a "la extraña familia" de Marcelino. Las puertas ocultas, las puertas cerradas, que Mihura ya incluía en la escena teatral, contribuyen a acrecentar este amable misterio que juega con la comedia y la ironía, a partes iguales. Pero es necesario tener en cuenta que Mihura introduce el tema de la prostitución sin paliativos y estamos en la época franquista. La obra sería, a todas luces, inmoral para la dictadura pero, de nuevo, la inteligencia y el buen hacer burlan la censura sirviéndose del humor. Se estrenó en los teatros en 1959 con Paco Muñoz como el incauto Marcelino y Maritza Caballero, como Maribel. Aunque la obra teatral tuvo éxito, no creo que las interpretaciones desmerezcan en su versión cinematografica, creando una de las más inolvidables y mejores comedias de nuestro cine, con un lujoso elenco de actores: El gran Adolfo Marsillach, en estado de gracia, como Marcelino y la guapa Silvia Pinal como Maribel. Julia Caba Alba repetía su papel de la tía Paula que ya interpretara en teatro y Guadalupe Muñoz Sampedro era doña Matilde, la madre de Marcelino.
Guadalupe Muñoz Sampedro, Adolfo Marsillach y Silvia Pinal
Sin embargo, a pesar del claro reconocimiento final del público, el tono empleado por Miguel Mihura a lo largo de los dos prólogos que acompañan en el libro a sendas obras, es amargo, desencantado y transmite al lector la sensación de que, en definitiva, el autor se sintió incomprendido a lo largo de su carrera y algo desplazado por el cine. Incluso, hay un fragmento del texto en el que asegura lo siguiente: "Confidencialmente, les diré a ustedes que a mí no me gusta nada el teatro; que no siento por él la menor afición y que una vez que paso por el trance doloroso de escribir una obra, no me vuelvo a acordar de ella. Ni siquiera de que soy un comediógrafo. Yo no le tengo afición al teatro ni a nada. Sigo en esta profesión por inercia" Evidentemente, a lo largo de todo el texto juega con la que es su "marca de la casa", la ironía y el humor pero, cualquier lector puede sacar una verdad, algo de confesión en esta afirmación, a pesar de que, como asegura en otra parte del libro, él entró en el teatro por amor. 
Miguel Mihura, década de los setenta
Obras como El caso de la mujer asesinadita o Ni pobre ni rico sino todo lo contrario fueron estrenadas en el María Guerrero de Madrid entre 1943 y 1946 y fueron identificadas como el "teatro del absurdo" Esta definición derivó en otra, a la que Mihura renunció desde el principio, el calificativo de "comedias codornicescas". La Codorniz fue una losa sobre los hombros de la que, al parecer, Mihura nunca pudo desprenderse. La gota que colmó el vaso fue cuando, algunos críticos, calificaban codornicesca la obra Tres sombreros de copa, a su estreno en 1952 pero escrita en 1932 cuando ni siquiera La codorniz se había imaginado. Esta costumbre que se instaló en el público español, unido al tiempo que pasó encerrada en los cajones de su escritorio su primera obra, Tres sombreros de copa y a la necesidad de escribir obras por encargo para sobrevivir en los años cincuenta, pareció incidir definitivamente en el ánimo del autor y oscurecer más aún su humor negro, características que cualquier lector puede extraer de estos textos que prologan sus obras y que son más confesionales de lo que parece además de consistir en una reivindicación constante de que sus obras teatrales poco o nada tiene que ver con el humor que siguió La Codorniz cuando él era su director. Incluso, Mihura introduce un rechazo al mundo del cine español en la década de los cincuenta refiriéndose al cansancio, al hastío, al estar harto ya de escribir guiones durante siete años, guiones entre los que se encuentra, por cierto, su colaboracón en ¡Bienvenido Mr. Marshall! junto a Bardem y Berlanga
Miguel Mihura, Edgar Neville y José López Rubio, compañeros en La Codorniz
Aunque en esta fotografía falta Miguel Mihura, es innegable la influencia del cine y la comedia de Hollywood en su obra. Aquí los actores Stan Laurel y Oliver Hardy junto a Edgar Neville, López Rubio y Eduardo Ugarte.
A pesar del paso de los años, el humor en la comedia de Mihura sigue intacto y así lo he querido reflejar en esta primera parte dedicada al comediógrafo madrileño.

martes, 4 de noviembre de 2014

Poema Western



Árido horizonte araña

de palabras arena

el paladar,

son mis recuerdos, masticados.

Recuerdos masticados, mas no digeridos,

de un mundo mejor

que existió en la mitología,

en las leyendas, 
las parábolas,

las películas, la infancia,

 Antoine Doinel.



-Palabras mudas-



Insolación, polvo ardiendo

de lágrima-herida

en erosión lunar,

son mis recuerdos

de libertad y hogar.



Empacho de promesas

en desiertos sin oasis,

poemas

           que

              mueren

                        de

                          sed.

Esta es la balada de un llanero solitario

perdido en la niebla de las nuevas ciudades.

El futuro es el humo de un mal sueño

y despertar

es un camino donde todos hemos perdido

las huellas de ser un niño.
La canción es Desperado. En esta ocasión el tema compuesto por Don Henley está interpretado por Johnny Cash en una de sus últimas grabaciones.