martes, 29 de abril de 2014

Versos entintados


La técnica del linograbado es una variante del grabado en madera en la que se utiliza la hoja de linóleo para la superficie en relieve. Últimamente es muy apreciada y utilizada por los artistas contemporáneos. Los alumnos de Plástica del IES Damián Forment de Alcorisa (Teruel) han trabajado esta técnica combinándola con la ilustración de textos. El salto a la edición real es, pues, la consecuencia lógica. La idea del profesor Joaquín Macipe fue la de ilustrar los poemas que llegaran a las manos de los alumnos. La participación de los poetas fue coordinada por Elisa Berna. Como consecuencia de este trabajo nació el libro Ábreme...versos entintados, maquetado por los propios alumnos. En el libro, la alumna Mari Carmen Ballonga ilustró mi poema Apocalipsis blues, ilustraciones que recibí en casa, hace unos días, con un envío postal que me hizo mucha ilusión. Agradezco poder formar parte de este bonito proyecto. En el libro participan los alumnos: Mario Alquézar, Mari Carmen Ballonga, Jesús Campos, Natalia Martos, Xenia Nuez, Yasmina Oliveros, Estrella Pérez, Ikewa Vicho, Pablo Carreras, Patricia Guijarro, Adrián Oliveros, Ismael Pascua, Lucía Torres, Fadwa Afraites, Pablo Calderón, Hakima El Hajji, Miguel Ángel Lahoz, Laura Lorenz, Candela Marrupe, Nicolás Peralta, Ana Pérez y el mismo profesor Joaquín Macipe. Ilustraron los poemas de Isabel Izquierdo, Marcos Callau, Javier Gascón, Lourdes Serrano, Charo de la Varga, Andrea Alonso, Rubén Soriano, Juan Luis Saldaña, Janet Valtriboullier, Ana Baquedano, Areli Regino, Maribel Moratilla, Javier Castán, Luis Romero, Cristino Bogado, Víctor Guíu, Paloma Bienert, Enrique Tallo, Juan Leyva, Martín Moureu, David Giménez y Elisa Berna. 

El libro fue presentado el 24 de abril en Alcorisa y el 25 en Ariño. Finalmente el beneficio de la venta del libro irá destinado a Cáritas de Alcorisa, para intentar paliar las dificultades que están viviendo las familias de la zona más necesitadas. Más información sobre el proceso en el trabajo de los alumnos en este blog.

jueves, 24 de abril de 2014

Noches de Pabostría con Jorge Ayesa

Todavía con la resaca del Día del libro, del día de Aragón y del día de San Jorge, precisamente hacemos llegar hoy hasta este blog a otro Jorge, Jorge Ayesa, a quien felicitamos por su onomástica de ayer y por ser el protagonista de nuestra Noche de Pabostría más improvisada. Jorge llegó de Jaca, con su camiseta de Jack Daniel's, sus explicaciones sobre coctelería (Por cierto, queda pendiente aquel Dry Martini "a la Buñuel") y con un puñado de textos deseando salir de su pantalla para quedar para siempre prendidos en la atmósfera de la calle Pabostría. Aquí nos lee su poema titulado Promesas de eternidad, que hace unos días publicó en su blog y que podemos escuchar y leer a continuación:

PROMESAS DE ETERNIDAD (PORQUE HAY COSAS QUE DURAN PARA SIEMPRE)

Durante mucho tiempo pensé
que perversas imaginaciones eran
en mi irrealidad ruidosa,
caótica y variable como el tiempo
en una primavera alocada.

Recuerdo que en otras veces
una fiesta llena de preocupaciones
se llevó mi cabeza, dándole vueltas
centrifugando los fantasmas y demonios
que martilleaban mi conciencia inconscientemente.

Y sí, volvió a pasar, la historia se repitió
y esta vez en albañil me convertí, y fallé,
y alcé muros para defender con vehemencia
 la poca cordura que en mi interior hallé
y que se incineraron en tu incandescencia.

Pero tú y yo no queremos esa historia,
y podía haberse repetido, claro que sí,
y puede ocurrir, eso es evidente,
pero ahora no tengo miedo, no importa que cambien
Hay cosas que duran para siempre.

Son promesas de eternidades
en las que nunca supe si creer o dudar;
Y vuelves, y realmente no importa cómo.
Son promesas de eternidades de algo mutable,
y tan estable como somos tú y yo.

Y no importa cuánto cambie, tú o yo
y es extraño porque hay cosas que no cambian,
ese limbo entre mundos irremediablemente separados
entre los que orbitamos bajo promesas de eternidad
los cascarones que forman tu vida y la mía. 


 (© Jorge Ayesa)


martes, 15 de abril de 2014

Hay un quejido de tambores que nunca cesa: Luis Buñuel y Viridiana en semana santa

Luis Buñuel, por el pintor Pedro Sagasta

Como un quejido ronco de tambores
cortado con cristal estremecido
se enciende el rayo y me desaparece
(Miguel Ángel Yusta)
Llega mediado el mes de abril y de nuevo el sonido de los tambores retumban en nuestras calles, como el quejido ronco que describen algunos poetas. Particularmente suenan en las regiones que conforman la ruta "del bombo y el tambor", en Teruel y más especialmente en Calanda, la tierra de Luis Buñuel. Él, Buñuel, sigue siendo algo así como el sonido de tambor que nunca cesa, que se recuerda (aunque bien debiera recordarse más) y que sigue perturbando hoy igual que ayer. En nuestros días haría falta otro Buñuel que pusiera las mentes patas arriba, que removiera las ideas, que con una imagen tamableara el pedastal sobre el que se edifican las mentiras, hoy igual que ayer. Su manera de revelar con imagenes y sin palabras sigue siendo moderna, actual, no superada. Nadie puede desbancar esta manera de contar que tenía el cineasta aragonés.
Se afanan los libros de Historia en recordar el Centenario de los Sitios de Zaragoza en lugar de señalar 1908 como la irrupción del cine en Zaragoza, año en que los tranvías eran tirados por mulas y la gente pudiente alquilaba casazas detrás de los cuarteles para veranear en las playas de Torrero. Pero quién necesita de aquellos manuales de Historia existiendo Mi último suspiro en el que Luis Buñuel relata su particular descubrimiento de la magia, del cine,  en el local Farrucini, donde la gente se sentaba en los bancos de una barraca cubierta por una lona y esperaba para descubrir el nuevo invento del siglo XX. Picaresca, invención, relato fantástico o realidad, Buñuel no es exacto en sus memorias o, mejor dicho, es deliberadamente inexacto. En 1905 ya había llegado a la capital aragonesa el cinematógrafo y existían lugares para su exhibición, por ejemplo, en la calle Estébanes, 31, donde se situaba el Palacio de la Ilusión, lugar en que realmente el director aragonés vería su primera película, El tocino parlanchín.
Luis Buñuel retratado por Salvador Dalí.

En el número 10, diciembre de 1999, de la extinguida revista Pasarela, dirigida por el pintor Eduardo Laborda y editada por el escritor Manuel Martínez Forega, Isabel Comps relata de manera minuciosa este primer contacto de Luis Buñuel con el cine. Fue, efectivamente, en casa de unos familiares donde, a través de la ventana de la cocina y de sus rejas, el pequeño Luis, junto a su vecina, la niña Carmen Sampietro, quedó fascinado por las imagenes en movimiento del Palacio de la Ilusión de la calle Estébanes. Por aquel entonces, la familia Buñuel vivía en la calle del Coso número 5, uno de los primeros edificios de Zaragoza que contaban con ascensor. Allí también vivía la pequeña Carmen Sampietro. En aquella sociedad las diferencias entre ricos y pobres eran enormes. Según recuerda Carmen para la mencionada revista Pasarela, los ricos iban de paseo en coches de caballos, paseaban en góndola por el Canal Imperial y las señoritas tomaban clases de piano. Ella misma tocaba muy bien el piano por aquel entonces y a los catorce años, ya tenía la carrera de Madrid. Siempre que el cineasta de Calanda visitaba a Carmen traía unas partituras. Entre las que le regaló figuraban Parsifal y por supuesto, Carmen. Como recuerda para este reportaje Carmen Sampietro, la buena amistad con Luis Buñuel, a quien recuerda como un hombre bueno, duró toda la vida.
"Aún muy jovencita fuiste  tú la primera persona que me produjo las primeras emociones musicales. Recuerdo que tenías las partituras a piano de distintas óperas: Carmen, Fausto, etc. ¡Adiós a aquellos años! Pero no aún a esta vida. Tu fiel Luis" (Fotografía cortesía de Eduardo Laborda)

 Es lógico que aquel pequeño Luis Buñuel, sacudido por la primera magia del cine, también por ser testigo de la llegada del primer avión a Zaragoza (en 1909), por su primer contacto con la música y por esa rápida transición, según sus propias palabras, de la Edad Media a la Contemporánea, en la ciudad de Zaragoza, supiera posteriormente plasmar todas aquellas experiencias en sus películas. No obstante, su padre no veía con buenos ojos el negocio del cine (un asunto de saltimbanquis, decía) pero su hijo se convertiría en uno de los mayores creadores de aquella nueva forma de expresión artística que llegaba, con el resto de los avances tecnológicos, a Zaragoza.

En plena semana santa, viendo desfilar como todos los años (haya crisis o abundancia) a los cofrades de siempre y escuchando aquellos tambores que solo transmiten ruido donde debiera haber dolor y sufrimiento, pero no por un dios muerto sino por los hombres y mujeres que mal viven en la casa de al lado, uno no puede dejar de pensar qué haría de este mundo si Luis Buñuel regresara de su tumba para ser testigo, comprara los periódicos y realizara una película para contar, a su manera, el avance descontrolado de estos tiempos inútiles. Pero el pensamiento se me queda demasiado cercano a la utopía. Hoy ya no hay niñas saltando a la comba que arrojen al fuego las coronas de espinas que dejan de portar algunas monjas valientes. Ya no hay últimas cenas que acaben con los comensales, como pinturas negras de Goya, sucumbiendo a los placeres carnales y las debilidades del ser humano, ya no hay hombres "de bien" que se cuelguen de un árbol por sus pecados, ni vestidos de novia de muertas para que los vistan muertas en vida, ni cenizas en la cama. O, mejor dicho, sí que existen pero nadie muestra estas maldades. Nadie se atreve a enseñar la verdad como se atrevió Luis Buñuel con sus películas. En 1961 rueda Viridiana, una buena película para ver en semana santa. Los primeros minutos de la cinta, son impagables. La manera en que el director aragonés consigue perturbar al espectador en esa primera parte no se ha vuelto a dar en ningún otro realizador. Pero la película, durante todo el metraje, tiene momentos inolvidables, imagenes que se quedan en la memoria y que nos cuentan de una manera muy particular y única las maldades del ser humano. Así mismo, la llegada de Jorge (Francisco Rabal), un hombre "que no necesita ninguna bendición para vivir con una mujer", coincide con la conversión de Viridiana (Silvia Pinal) en falsa hermana de la caridad y con su evolución, desembocando finalmente en esa derrota que la libera, dejando de ser esclava de la iglesia para ser, quizá, esclava del deseo o de la carne. La frase final de Jorge "La primera vez que te vi ya supe que acabarías jugando al tute conmigo" es mucho más reveladora de lo que parece. La cámara se aleja y los tres (Jorge, Viridiana y Ramona) quedan en la habitación jugando a... ¿las cartas? En definitiva, corren tiempos favorables para volver a ver las películas de Luis Buñuel. Nunca envejecen y su cine sigue siendo ese quejido de tambores que se deja escuchar hoy igual que ayer, esa protesta que nunca cesa.
Silvia Pinal como Viridiana
Nadie puede ver "Viridiana" sin recordar las pinturas negras de Goya

*He tenido acceso a la revista Pasarela, en primer lugar, gracias a mi amigo Jesús Laboreo, que regenta el bar Ragtime en la calle García Galdeano de Zaragoza. Posteriormente he podido acceder a más números de esta revista, gracias a mis amigos Eduardo Laborda e Iris Lázaro. Eduardo me mostró la fotografía original que aquí aparece escaneada y que Luis Buñuel dedica a su vecina Carmen Sampietro, así como un jarrón que aparece en la película Tristana y que mi amigo guarda como lo que es, un tesoro. Y es imposible hablar de la figura de Luis Buñuel sin recordar las conversaciones con uno de los mayores buñuelistas del momento, mi amigo Alfredo Moreno, con quien siempre acabamos hablando de cine pero, sobretodo, de Hitchcock y Buñuel, esos dos artistas no tan diferentes.  Gracias a todos ellos, ha sido posible escribir este pequeño texto.

Acabaré con algo que le hubiera gustado al cineasta aragonés: Semana santa en Pabostría



domingo, 13 de abril de 2014

En domingo, ya se sabe, La Gran Familia


Como desde un álbum de fotografías amarillentas, antiguas, arrugadas, observamos esta estampa que bien debería ir rodeada por una orla y con la fecha escrita a lápiz, donde pudiéramos leer 1962 Fue este el año que se estrenó La gran familia dirigida por Fernando Palacios, tolerada, respaldada y bien considerada por el régimen franquista, que nos representaba a una España próspera, moderna (y por tanto falsa, en el polo opuesto a la triste realidad) donde un humilde aparejador (Alberto Closas) podía sacar adelante a un familia de doce churumbeles, una esposa modelo (según las esposas del movimiento del tío Paco), de esas de quedarse en casa para planchar y hacerle la comida al marido que traía el jornal a casa y a un abuelo que, al estar jubilado, se consideraba según sus propias palabras jo-ro-ba-do. De hecho, el abuelo (Pepe Isbert) y el entrañable padrino (José Luis López Vázquez) es de lo poco que podemos salvar de esta película que se convirtió en lo mejorcito del cine patrio para todos aquellos que estaban orgullosos, en 1962, de vivir en la dictadura que era España. Si a mi abuelo, que era también aparejador, le hubieran dicho que tenía que alimentar a doce bocas... no sé qué hubiera hecho. En fin... Estas cosas solo pasan en el cine, solía decir mi abuela.
El padrino me caía bien. Pero eso es mérito exclusivo de López vázquez, claro.
Tanto éxito obtuvo La gran familia que en 1965 se rodó la prescindible La familia y uno más Y no contentos con ello, en 1979 se rodó la película más interesante de la trilogía que fue la titulada La familia bien, gracias, de Pedro Masó con guión en el que colaboró Rafael Azcona. Esta tercera propuesta no tiene nada que ver con las otras dos anteriores excepto sus protagonistas (Closas y López Vázquez) y Masó propone una película amarga y con la dosis de realidad que estaban ausentes en a las dos anteriores.
Pero no quería hablar de cine en este domingo musical que vengo a proponer desde este humilde blog. Quería hablar de otra gran familia y tampoco de La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo. 2013) Hoy vengo a hablar de La gran familia que el cantautor Kike Ubieto nos propone en su último trabajo Pan y Circo (Salvemos a la banca), desde luego, muy alejada de la gran familia cinematográfica que comenzaba esta entrada y dotada de todo el espíritu crítico que le faltaba a aquella película y que, por otro lado, nos hace falta en estos tiempos tanto como en aquellos. Hace un par de semanas pudimos ver a Kike Ubieto en el pub El Zorro de Zaragoza. Mi admiración por la música de este jaqués está acompañada por una amistad que, precisamente, nació en Jaca este pasado verano. Kike me acompañó en Barcelona, en la presentación de Concierzo de viento y también, desde el Ateneo Jaqués esperamos poder colaborar con él en próximos encuentros. La música de Kike está respaldada por el buen hacer y por la voluntad de contar la verdad, de reivindicar los derechos que se nos usurpan, de cantar con libertad, desde la original fórmula de un clásico ragtime, un rock fronterizo (como su tema Soy un ciempiés). una elegante bossa-nova o incluso algún bolero dedicado a nuestra madre Gaia. Que nunca nos falte la música y menos aún si es, como en este caso, acompañada por una letra para abrir conciencias y cantar con la verdad por delante. Escuchemos pues esta gran familia propuesta por Kike Ubieto, acompañado por Eugenio Arnao, en un video de su último concierto en Zaragoza.

domingo, 6 de abril de 2014

Sesión de cine, de música, de... ¿lágrimas?

Glenn Miller. En la mano izquierda, el trombón. En la derecha, el cigarrillo. Durante algunos años sería la imagen de la marca Chesterfield.

Hace una semana, en el programa Cuarto milenio, Iker Jiménez hablaba de todos los aviones desaparecidos y nunca encontrados como ya hiciera en Más allá, Fernando Jiménez del Oso, en la década de los setenta, cuando descubría a los telespectadores españoles el triángulo de las Bermudas o el triángulo del diablo. Solo que en la actualidad, se supone, que hay muchos más aviones desaparecidos. Pero en Cuarto milenio, esta vez, echaron mano de cualquier caso para respaldar el misterio. Y uno de esos aviones desaparecidos que citaron fue el que llevaba como tripulante al músico Glenn Miller (por aquel entonces, ascendido ya a Mayor Miller en las Fuerzas aéreas) y a otras dos personas, el 15 de diciembre de 1944, vuelo que se dirigía de Twinwood (Londres) a París. Sin embargo, el misterio que se pretende en la desaparición de Glenn Miller no es tal y varias son las conjeturas que nos llevan a explicar su muerte aunque, bien es cierto, ninguna ha sido aceptada hasta el momento. Repasaremos cada una de las explicaicones aquí, teniendo en cuenta también la que se expuso en Cuarto milenio.
 
Glenn Miller creó The Glenn Miller Orchestra en 1937 después de formar parte de la orquesta de Ben Pollack junto al clarinetista por aquel entonces desconocido Benny Goodman. Ya en 1938, después de diversas grabaciones con RCA Victor y His Master's voice, la orquesta de Glenn Miller copaba los primeros puestos de las listas de ventas. Como músico, hay que reconocer su innovador sonido. Cierto es que, al sustituir en las baladas la cuerda por el viento (los violínes por los saxos o los clarinetes), creó un sonido más moderno que el resto de las bandas dotando de un toque diferente y metálico a las canciones lentas y creando un sonido potente y explosivo en los temas bailables de swing, motivado por el protagonismo que otorgó a los saxos y al instrumento del que era solista, el trombón. Pero también es cierto que la figura de Glenn Miller fue mitificada y en cierta manera sobrevalorada frente a otras Big Bands del momento. Y películas como The Glenn Miller Story (Anthony Mann. 1954), al servicio del sistema del American way of life, contribuyeron en gran medida a engordar ese mito y alimentar la falsedad de una historia que, a menudo, se adorna con misterios "sin resolver".
James Stewart fue Glenn Miller en The Glenn Miller Story Asombroso el parecido.


Es necesario tener en cuenta que, excepto Moonlight serenade, Glenn Miller nunca compuso una canción. La famosa In the mood (que suena en la cabecera de esta entrada) es una mezcla de partituras que Glenn encontró a la salida de una audición, en la década de los treinta. La base de la canción es una composición de Joe Garland y Razaf Andy. Bien es cierto que Glenn Miller aceleró el ritmo de la composición e introdujo unos cambios vitales para hacer de su grabación de 1939 la canción norteamericana por excelencia, el sonido insignia de la época de las big bands y todo un himno utilizado por el ejército norteamericano en la Segunda Guerra Mundial. Podríamos decir que Miller brilló en sus arreglos musicales más que en sus composiciones. Buena prueba de ello es la marcha militar titulada American patrol (compuesta en 1885 por Frank White) que Miller convirtió a en otro himno de guerra, dotándola de un sonido big band espectacular. Pero más que restar mérito  la figura de Glenn Miller músico, a la que yo admiro (melómanamente hablando), más apropiado es hacerlo con la imagen que se hizo de él. Como hemos dicho en la película The Glenn Miller Story, de Anthony Mann, se nos relata un cuento de hadas, una historia de amor, que nos presenta al músico como el mejor hombre sobre la Tierra. Aquel que fue obligado a alistarse en las fuerzas aéreas pero que, una vez en la guerra, "luchó" con su única arma, el trombón, por una causa justa y que practicamente con su música, derrotó él solito al ejército alemán infundiendo valor y energía a los ejércitos aliados. James Stewart se encarga de dar vida al mito en esta película de la que bien podemos salvar cuatro cosas: como siempre, la actuación de Stewart. Evidentemente, la banda sonora. El cameo de Louis Armstrong. Y por último, la primera parte de la película, que relata la vida de Glenn Miller antes de alcanzar la fama y de su manera digamos, poco ortodoxa, de pedir matrimonio a su esposa, la encantadora June Allyson en la película.


Pero el problema de la cinta, además de la excesiva sensibilería, es el final que dan al músico. Supuestamente Glenn Miller toma un avión para dar un concierto de Navidad, el día de Nochebuena. El avión se estrella, muere y la familia, consternada en casa, escucha en la radio y entre lágrimas el concierto que Glenn había programado (de este clamoroso final suponemos que viene el título que se le dio en España a la película, Música y lágrimas) Pero recordemos que, en la realidad, el avión partió el 15 de diciembre y el objetivo era dar una serie de conciertos en la Europa liberada, antes de Nochebuena. Lo cierto es que, probablemente, el avión nunca partió del aeropuerto de Twinwood. Como hemos dicho, conjeturas sobre la muerte de Glenn Miller hay varias y todas más creíbles que la misteriosa desaparición de un avión militar del cuál nunca se han encontrado restos. 


La hipótesis más lejana a la película es que Glenn Miller se encontraba en un burdel alemán cuando fue apuñalado por la prostituta con la que compartía habitación y que, para mantener la buena imagen de un icono del ejército norteamericano, nunca se desveló el cuerpo. Sin embargo, no se ha podido confirmar este morboso desenlace de la vida del músico. Por otro lado, en The Glenn Miller Conspiracy, su autor Hunton Downs afirma que el trombonista fue puesto a las órdenes de Eisenhower y posteriormente apresado por la Gestapo para llegar hasta él. Fue torturado, golpeado, asesinado y abandonado en un burdel de París. En esta hipótesis de Downs, publicada en 2010, el avión sí habría partido de Londres e incluso hubiera llegado a París donde el músico sería apresado. Pero la tercera y más probable de las explicaciones es que el avión fue derribado accidentalmente por bombarderos de la RAF que se disponían a lanzar un ataque sobre Alemania. Una vez abortado el bombardeo, las bombas se dejaron caer al mar para aligerar peso. Según el cuaderno de bitácora del piloto Frad Shaw, un pequeño avión monomotor fue avistado precipitándose en espiral y sin control al océano, alcanzado por una de esas bombas. Era el día y la hora en que Glenn Miller desapareció.
Aún con todo, la muerte de Glenn Miller, como muchos otros casos en los que está implicado el gobierno y ejército estadounidenses, (hay que reconocer que para desvirtuar la realidad y hacer desaparecer cosas, son los mejores) ha quedado sumida en el misterio y por supuesto, sin resolver. Un dato más. El piloto que manejaba el avión donde viajaba el músico el día de la tragedia, sería recibido en tierra por una corte marcial donde iba a ser juzgado por traficar en el mercado negro. Como vemos, existían numerosas razones para que el avión y sus tripulantes desaparecieran, sin más. Como ya he dicho anteriormente, admiro la capacidad de comunicación de Iker Jiménez y confieso que sigo asiduamente Cuarto milenio (por cierto, podremos ver a Iker Jiménez en Zaragoza el próximo diez de abril a las 18:30 en el Hotel Zentro de la calle Coso donde ofrecerá una charla) pero, únicamente, creo que "el caso Glenn Miller" no puede estar dentro de los archivos que se suponen clasificados por haber desparecido sin aparente explicación racional en mitad del océano. Afortunadamente el programa en cuestión continuó y solo se rozó de pasada el tema Miller. Después repasó la historia de otro accidente mortal rodeado por el misterio y lo hizo desde la admiración y el respeto al gran Félix Rodríguez de la Fuente. Son estos detalles, los que más me gustan en el programa de Iker. Pero, para no desviarnos del tema, digamos que como espectadores de la película The Glenn Miller Story, podemos relajarnos y disponernos a recibir la historieta de Anthony Mann como un cuento romántico. Y haciendo esto, incluso podemos disfrtuar de James Stewart y de una banda sonora irrepetible. Podemos creer que, ilusionado por el collar de perlas que entregó a su novia como regalo de bodas, Glenn Miller compuso String of pearls (aunque el compositor sea Jerry Gray) También podemos confiar en que Little borwn jug es un regalo de aniversario a su esposa y que el músico murió porque, desoyendo el parte meteorológico, tomó una avioneta en una desafortunada noche de niebla. Después de todo, la película de Mann nos ofrece la versión más amable de la vida de Glenn Miller y de hecho, la historia que creyó el público norteamericano de los años cuarenta y cincuenta.  En cualquier caso, el mejor legado que nos dejó el músico fue su banda. Ha quedado el sonido legendario de sus canciones como un icono de una época y como parte indiscutible de la Historia de la música del siglo XX Así que, ladies and gentlemen, The Glenn Miller Orchestra with Chattanooga Choo Choo!