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Llegada de Las meninas a Ginebra |
El romántico recuerdo que existe hacia la República en nuestro país, comprensible, lógico y cada día más extendido, ha tenido su reflejo en el cine español con un gran calado, en algunas ocasiones de manera más justificada o mejor abordada que en otras. Pero aún así, El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas, decía Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española y en torno a esta premisa gira el argumento, en ocasiones demasiado previsible, de La hora de los valientes. Todo el trasiego que llevaron las obras de arte del Museo del Prado durante la Guerra Civil española es un tema muy amplio y complejo que en esta película se roza de pasada y se intenta reflejar en la imagen de Manuel (Gabino Diego) un joven anarquista, celador del museo que, en el último momento, rescata el Autorretrato de Goya, de debajo de unos escombros (algo completamente increible que los responsable del Tesoro Artístico dejaran olvidada esta obra). En la realidad, las obras viajaron a Valencia, de ahí a Barcelona y de Barcelona a Figueres. El compromiso internacional, al principio, fue nulo y hubo que esperar a 1939 para que se decidiera enviar las obras a Ginebra. En todo este éxodo artístico, relatado minuciosamente en Éxodo y exilio del arte (Arturo Colorado Castellary) el peor parado fue, precisamente, Los fusilamientos del 2 de mayo de Goya, que fue rasgado contra un balcón durante el traslado a Barcelona, desde Valencia. Quizá por esta razón, a modo de homenaje y como una premonición de la penuria que sufrió el Madrid republicano, la película comienza y finaliza con esta obra y con el entrañable Manuel explicando la vida y milagros de su autor, Francisco de Goya.
Pero la cinta, alejada de tintes realistas para aproximarse más al romanticismo, no cuenta el periplo de aquellos tesoros viajando hasta Barcelona y después a Ginebra. Lo que aborda es la tierna historia de ese humilde celador viajando por un Madrid desolado y protegiendo en todo momento el Autorretrato de Goya, hayado bajo los escombros de una sala del Prado. Y pretende reflejar, en la figura de Manuel (sin duda, el nombre del celador protagonista de esta historia es otro guiño a Manuel Azaña), a todos los valientes que, en algunos casos, se jugaron la vida por salvar el arte de la barbarie humana de la guerra.
En algunas ocasiones, la película lo consigue, pero en la mayoría cae en una sensiblería facilona en una historia donde, desde el minuto uno, el espectador sabe cómo va a terminar. Sin embargo, hay un par de momentos que me gustaría destacar de La hora de los valientes. Uno de ellos se produce hacia la mitad del metraje. Manuel, vive en una pensión regentada por su tía Flora (estupenda, Adriana Ozores) junto a Carmen (Leonor Watling), una joven que rescató, tras encontrarla en el metro de Atocha durante un bombardeo y al abuelo Melquiades (Luis Cuenca).
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Flora (Adriana Ozores), Melquiades (Luis Cuenca) y Manuel (Gabino Diego) |
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Carmen (Leonor Watling) |
La familia no sabe dónde esconder la obra rescatada del Prado. Durante una inspección de los milicianos, deciden colgar el cuadro en la pared como si fuera un simple retrato y ante la pregunta de uno de ellos, Melquiades irónicamente responde "es mi tío Paco, de Zaragoza" y de esta manera consiguen que la obra pase desapercibida y burlar el registro al que son sometidos. Otra de mis escenas preferidas en esta película ocurre durante el "bombardeo de pan blanco" que las tropas franquistas hicieron sobre Madrid, mientras por la radio se escucha esta propaganda del bando republicano: "Atención madrileños, para acabar con
nuestra moral de heroica resistencia, aviones rebeldes han comenzado a
arrojar sobre la población panecillos envueltos en insultante propaganda
fascista, no comáis ése pan envenenado, el pan que llegue
a vuestras manos debéis entregarlo en la comisaría más
próxima o en vuestro sindicato, ese pan que nos tira Franco
como si fuésemos perros". Carmen decide recuperar algunos panecillos envueltos en propaganda franquista ya que el hambre hace estragos en todos los habitantes de la pensión de Flora. Cuando Melquiades llega a casa y ve a Carmen comiendo de este pan, pone el grito en el cielo y le pide que deje de comer porque está envenenado. Al final de la escena Melquiades acaba comiendo también de ese pan, maldiciendo a las tropas franquistas y gritando ¡Viva la República! Es una escena que traslada con un punto cómico la cruda realidad que vivían los madrileños durante el asedio.
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Manuel con Goya debajo del brazo y Melquiades. |
Con todo, quisiera destacar como aspectos más realistas que sí traslada la película, las largas colas que había que esperar para conseguir algo de aceite o leche, a través de las cartillas de racionamiento. La necesidad de vender cualquier efecto valioso, a pesar de que su valor fuera sentimental, para poder sobrevivir; la falta de comida, el hambre, o recurrir al disfraz de embarazada (como hace Carmen en una escena) para recibir más alimentos en las colas que formaban las mujeres con la cartilla de racionamiento. Son aspectos que dan cierto realismo a la película pero quizá no el suficiente. Así pues, La hora de los valientes es un buen intento pero se queda ahí. No cuenta la aventura que sufrieron las obras de arte, viajando desde el Museo del Prado y tampoco consigue personalizar toda esa hazaña en el personaje de Manuel ni, precisamente, recuperar todo el sentido que tiene la frase de Manuel Azaña y que parecía ser el motivo en torno al cuál quería girar la obra de Mercero.