martes, 23 de junio de 2015

"Los muertos no se tocan, nene" (José Luis García Sánchez 2011): el muerto, como protagonista (Rafael Azcona)

Ilustración de Antonio Mingote especialmente diseñada para la película. No pudieron elegir mejor dibujante que representara el ambiente creado por Azcona.

La antigua benemérita, los alcaldes franquistas, los apoderados taurinos, el cura, la falsa moral de las familias acomodadas, "el qué dirán", la hermana que deshonra a la familia al casarse con un hombre "sin posibles", la importancia del dinero, las herencias, las criadas, el machismo, el clasismo, los marginados; la casposa y fascista España de los vencedores, la triste vida y la ironía de la muerte. José Luis García Sánchez recuperó en 2011 Los muertos no se tocan, nene, la obra de Rafael Azcona que, junto a El pisito y El cochecito, completaban una trilogía esencial que define a la perfección la ahogada y miserable España de los años cincuenta. Quizá por esta razón, la película no superó la censura franquista y nunca se llegó a estrenar en las salas de cine. Afortunadamente, García Sánchez, que trabajó con Azcona en los últimos años del escritor (Suspiros de España y Portugal, Siempre hay un camino a la derecha, La marcha verde), rescata para el siglo XXI esta obra que contiene la esencia, la ironía y el humor negro que caracterizó siempre la obra del riojano y con ella, hace justicia.
En el velatorio del abuelo recién muerto participan varios vecinos poco conocidos, un pobre que se entera por la calle del fallecimiento y la criada que, en realidad, está más interesada en hacer manitas con cada uno de los visitantes.
La película desde el comienzo sitúa la espectador, directamente, en la gris España de los cincuenta, gracias, en parte, a la indispensable estética en blanco y negro, pero también a la excelente utilización de las viejas calles de Logroño o de esa hermosa estampa suya con el puente de piedra (Puente San Juan de Ortega) sobre el río Ebro, única imagen luminosa y positiva en un metraje que se desenvuelve con mayor acierto, cercano a una oscuridad (diluída por la ironía pero una oscuridad al fin y al cabo) más temática que estética. A través de los ojos de Fabianito (Airas Bispo), un adolescente de catorce años, vemos a su familia acomodada, de criada explotada y patriarca militar (un Carlos Iglesias en estado de gracia) que se dispone a afrontar la "dolorosa" despedida del abuelo, que ya agoniza en cama, mientras todos impacientes, esperan la llegada del primer televisor, como acontecimiento de mayor importancia. Doña Luisa, la mujer de la casa (una divertida Silvia Marsó), mojigata, profundamente cristiana y falsamente afectada, finge llorar de vez en cuándo, más por aparentar piedad y tristeza que por un sentimiento real de pena ante el moribundo abuelo. De hecho, su máxima preocupación radica en quedar bien con los visitantes que vayan desfilando por su casa para velar al abuelo, una vez muerto, hasta tal punto que, siendo presa de una frenética actividad, se diría que está atareada en los preparativos de alguna gran fiesta de sociedad. Su marido, el militar don Pablo, es la viva imagen del cinismo sin escrúpulos, la falsa moral y la tacañería. Deseando que muera el abuelo y que no tarde mucho en hacerlo, su único afán en la vida es el dinero y aquello que se llamaba servir a la patria. No soporta que su cuñada Clara (Blanca Romero) se haya casado con un infractor de la ley de vagos y maleantes, sin oficio ni beneficio pero, en cambio, no ha tenido remilgos a la hora de intentar beneficiarse a la criada, incluso delante de su propia esposa que, como buena española católica del franquismo, hace ojos ciegos, oídos sordos y perdona estas pequeñas "gallardías" del macho ibérico dominante. Igualmente conformada es la criada Abelarda (Mariola Fuentes), que soporta el clasismo machista, encajando como puede las confianzas que se toma don Pablo, Mariano (el papá de la señora, interpretado por Carlos Álvarez Novoa) e incluso el chaval adolescente, Fabianito, convirtiéndose así en la "aliviadora" oficial de la familia. Es por esta razón que Abelarda intenta distraer el ánimo con cada fulano que visita la casa (el antenista, el indigente...) y aprovechar el semanal día libre para pasear con su novio las calles de Logroño. Para completar este buen elenco de caricaturas de aquella sociedad de los cincuenta, se encuentra el usurero y tragaldabas doctor Salamoya (corto pero brillante este último papel en la filmografía de Carlos Larrañaga) que acompaña (o, mejor dicho, despacha) al moribundo en sus dos últimos minutos de vida, sin ningún sentimiento y carente de toda empatía, como quien ha despachado ya a millones de almas. Con el moribundo en cama, Salamoya recuerda a la familia que está sin desayunar y pide una tostada untada de mantequilla por ambos lados, acompañada por un café con leche. A la hora de cobrar los honorarios como "asistente de muerte", el doctor encuentra a un don Pablo ansioso de abonar la cantidad que, por otro lado, espera rebajada, por pronto pago. Pero, alegando que el abuelo don Fabián está de cuerpo presente y sería de muy mal gusto cobrar en ese delicado momento el dinero, insta a don Pablo a pagar más adelante y por supuesto, sin rebajas. Clara (Blanca Romero) es la clásica estampa de la mujer devorada por una dictadura machista. Aquella que, por no cumplir las normas, ha sido marginada, como marginado también es su marido pero que, a pesar de todo, se revela, desea ser libre, realizarse, aunque está al borde de perder toda esperanza. Además, Clara representa la perturbadora tentación para el dolescente Fabianito y en su ansiada modernidad, es la cara opuesta a su hermana, doña Luisa.

Carlos Larrañaga como el doctor Salamoya, Laurentino Rodríguez (el muerto, don Fabián) y Carlos Álvarez Novoa (Mariano)
Blanca Romero como Clara, la perturbadora tía de Fabianito.
La vida de don Fabián se apaga, se cierra una puerta, pero se abre la ventana tonta del televisor, electrodoméstico recién llegado al hogar mientras el viejo agoniza y el antenista (Javier Godino) no logra sintonizar con la antena pero sí con la criada. Don Pablo desea cuanto antes la muerte del abuelo pues se espera para el velatorio la inminente visita del alcalde de Logroño, que debe concederle su ascenso. La llegada del alcalde es apoteósica. Todos reverencian su visita y este, aunque confunde el nombre del muerto, señala que fue una gran persona y se trata de una pérdida irreparable para la ciudad. Acto seguido, comienza a deglutir las viandas con que la familia le obsequia. A todo este absurdo y sórdido ambiente se suma Iñaki Mari (Álex Angulo), un vasco que no tenía nada que hacer aquella tarde y se pasa por el velatorio, invitado por el marido de Clara.


Aunque el fiel reflejo de la sociedad española de la década de los cincuenta que presenta Azcona en esta novela, es inmensamente triste, la visión desde la que se muestra al lector o al espectador en este caso, es la ironía, el humor negro. Quizá por eso, el finado, a los pocos instantes de morir, dibuja una mueca de sonrisa irónica en su rostro, un rictus burlón con el que parece despedir a su familia. Pero todavía nos resta un elemento esencial. Quedaba el sacerdote, como la guinda negra del pastel amargo. Llega para rezar junto a la familia por el alma del muerto. Pero, antes de comenzar la plegaria, con sus manos corrige la sonrisa, el rictus irónico de la cara del cadáver diciendo "No se puede presentar ante el Señor de esta guisa. Parece una burla" Esta es la crítica más clara de todo el metraje: la Iglesia desea un pueblo que no sonría, un pueblo que sufra, un pueblo débil (1)
Antes de empezar a rezar, el sacerdote corrige la mueca burlona del finado
Persiste, pues, como fondo durante toda la película, la ironía a la que Azcona nos tenía acostumbrados. Sin duda, una herencia de su época en La Codorniz. Mientras disfrutamos viendo a esos cómicos personajes que desean la muerte de don Fabián, bien por la posibilidad de dar una fiesta (o un velatorio), por una nueva habitación o bien por conseguir un ascenso en la carrera militar, renace en nuestra memoria la imagen de José Luis López Vázquez en El pisito (Marco Ferreri 1959) deseando la muerte de su esposa, la anciana y adinerada casera doña Martina. Los mismos personajes miserables se dan cita aquí. Los muertos no se tocan, nene contiene el mismo espíritu, la misma esencia en la obra de Azcona que representa, quizá, el máximo exponente del Neorrealismo español, junto a, por ejemplo, Un millón en la basura (José María Forqué 1967) o Usted puede ser un asesino (José María Forqué 1961 Aunque esta última, situada en Francia y con significativas diferencias) Pero, tomando estas películas como referencia, vemos cómo los muertos son personajes principales o la muerte está muy presente. En El Pisito, la muerta sería doña Martina. Aunque parece no llegar a morir, el que otros deseen su fallecimiento, la conviertene en una especie de cadáver en vida. En el caso de El cochecito (Marco Ferreri 1960), Azcona escribió una novela en que el anciano Anselmo Proharán (protagonizado en el cine por Pepe Isbert) envenena a toda su familia. La censura fue determinante en la versión cinematográfica donde el asesinato múltiple no queda claro. En cuanto a Los muertos no se tocan, nene y sobretodo, al comienzo de la historia, el muerto es un protagonista más de la trama y resulta ser un personaje paradójicamente muy vivo, hasta el punto de cambiar la expresión de su rostro, durante el patético velatorio. Pero es que, dejando a Azcona y pasando a otros autores, también observamos cómo la muerte nos sentaba muy bien en España, al menos, a la hora de crear cine. Otro muerto que está muy vivo es el de Usted puede ser un asesino, la comedia de Alfonso Paso llevada al cine por José María Forqué con José Luis López Vázquez y Alberto Closas en apuros. Y por último, tendríamos Un millón en la basura, donde los muertos en vida son los protagonistas de la historia, que malviven en la más absoluta miseria, en el extrarradio de Madrid. La importancia del dinero, las diferencias de clases y la muerte son tres constantes en el cine neorrealista que se creó en nuestro país durante estas décadas de franquismo. Y en muchos casos burlaban la censura. No advertían las autoridades que la muerte siempre estaba presente, desde la ironía, sí, pero bien presente, porque probablemente representaban con ella, la muerta sociedad española. Durante aquellos años aciagos, no en pocas ocasiones, algunos de nuestros directores más preclaros, pusieron una sonrisa en el rostro de la muerte. Sigamos riendo con ella.
Silvia Marsó y Blanca Romero
(1) Otra de las críticas claras a lo largo del metraje sucede instantes después de que don Fabián expire. Fabianito canturrea al oído de su abuelo muerto el Himno de Riego. Es instantes después cuando don Fabián dibuja una mueca de sonrisa en su rostro de cadáver.






sábado, 13 de junio de 2015

Hojas cayendo a mi alrededor

Fotografía de Sarah World

Cuando llega septiembre,
a veces, uno se deja caer
por destartaladas librerías de viejo
donde el polvo de las vidas
y de los siglos
lucha por escribir el absurdo epílogo
de aquellos ejemplares 
hacinados en el olvido.
Ejemplares-vidas que callan sus bocas
cuando ya revelaron el secreto
a millones de ojos que lo propagan.
Vidas-ejemplares que enmudecen
recelosos de espléndidos tomos
en cubiertas verde inglés
y encuadernaciones de lujo.

Y entonces cualquier día de septiembre, decía,
uno entra con cuidado en una vieja almoneda
por no despertar historias dormidas.
Se detiene ante la estantería de pino
y descifra, como puede,
los títulos erosionados al dorso,
aquellos que desafían a la ruina.

Y la ciudad, ese animal alejado, protesta
y el mundo pierde el norte 
condenado al monótono engranaje
mientras las hojas amarillas
caen a mi alrededor
de pura lástima.

Hojas muertas por las calles
y en los libros,
como fósiles de un planeta antiguo.
Hojas de otoño en una librería de viejo
escribiendo el prólogo de un abrazo
con promesa de vida.
Cuando llega septiembre, a veces,
uno intenta rescatar
antiguas lecturas
como nuevas pulsiones
que conducen y saben latir
de vuelta al hogar.

Cuando llega septiembre
en una librería de viejo.

Shakespeare Library, Paris. Fotografía de esta web

Y es que septiembre no es un mes...es una actitud:


sábado, 6 de junio de 2015

Mi mujer favorita (My favorite wife. Garson Kanin/Leo McCarey 1940)

Cary Grant, Irene Dunne y Randolph Scott.
Paseando por blogs amigos encontré un artículo de Hildy Johnson que hablaba de los ascensores en el cine. Mi memoria cinéfila no pudo dejar pasar la ocasión de recordar uno de los momentos más divertidos de las comedias screwball que sucede, precisamente, en un ascensor. Para ello, hablaremos hoy de una película que, a pesar de haber visto en numerosas ocasiones, nunca había reseñado: Mi mujer favorita, dirigida por Garson Kanin y producida por Leo McCarey en 1940 (Sí que hice un leve acercamiento, hace cuatro años, que se puede leer aquí)
Cary Grant, en su salsa.
Un pletórico Cary Grant de 36 años acababa de rodar La fiera de mi niña (Howard Hawks 1938), Gunga Din (George Stevens 1939) y en 1940 abordaría nada menos que tres películas, entre las que se encontraba otra brillante comedia, Historias de Filadelfia (George Cukor 1940) No creo que sea una exageración afirmar que Cary Grant era, en aquella época, el actor de actores, el más cotizado y valorado de todos. Y no era para menos. Él lo sabía y siempre llenaba la pantalla cuando aparecía. Si contabas con él, como protagonista, poco más hacía falta para que la película fuera un éxito. Este es el tipo de actor que nos encontramos en Mi mujer favorita. Grant vuelve al tipo de personaje que había creado para La fiera de mi niña, el que repetiría con gran éxito en Arsénico por compasión (Frank Capra 1944), cuatro años más tarde. Era ese tipo de galán, un poco alelado, torpe y patoso, al que las mujeres le traen de cabeza y dominan su vida, sin remisión.
En esta ocasión, la partenaire de Grant no podía ser mejor. Se trata de Irene Dunne, con la que ya había compartido pantalla en Terrible verdad (Leo McCarey 1937) y volvería a hacerlo, un año más tarde, en Serenata nostálgica (George Stevens 1941), de manera menos efectiva, debido al extraño giro hacia el drama con una pareja que funcionaba y se había entendido a las mil maravillas en la comedia. Completan el cuarteto protagonista Randolph Scott y Gail Patrick.
En el juzgado: Gail Patrick, Cary Grant, Irene Dunne
Nick Arden (Cary Grant) habiendo dado por muerta a su esposa Ellen Arden (Irene Dunne), que lleva desaparecida siete años, decide rehacer su vida. Para ello se dispone a contraer matrimonio con la joven Bianca (Gail Patrick). Pero, después de la ceremonia, antes de emprender el viaje de luna de miel con su nueva esposa, Ellen, su ex mujer, vuelve a la vida o, mejor dicho, aparece y decide hacer lo posible por recuperar a su marido. Ellen, contrariamente a lo que Nick pensaba, había sobrevivido al accidente donde creyó perderla y había pasado siete años en una isla desierta junto a su salvador, el apuesto Stephen Burkett (Randolph Scott), una suerte de Tarzán isleño Debemos buscar el orígen de tan disparatado argumento en un poema, el titulado Enoch Arden, de Alfred Tennyson. Podemos leer tal poema aquí. Con semejante punto de partida podemos imaginar que el resto de la película abordará situaciones disparatadas, gags donde Cary Grant se debate entre sus dos esposas (acusado, además, de bigamia) y donde se desenvuelve como pez en el agua; enredos, equívocos, celos y unas pequeñas dosis de romanticismo clásico que convierten a esta comedia en una de las más divertidas e imprescindibles del género. 
Randolph Scott e Irene Dunne. Cary Grant, detrás, sufre los celos.
Situémonos en la escena del ascensor. Es prácticamente el punto de partida de esta disparatada comedia. Nick (Grant) acaba de contraer matrimonio con Bianca (Patrick) y se disponen a comenzar su luna de miel en un lujoso hotel. Un botones acompaña a la pareja de recién casados llevando las maletas al ascensor. Cuando se están cerrando las puertas, Nick ve en el vestíbulo a su anterior esposa, Ellen y acompaña el cierre de puertas del ascensor con su cabeza, inclinando el cuerpo hacia la izquierda, hasta que terminan de cerrarse, momento en que vemos la cara de perplejidad de Nick. Aunque resulta un gag muy sencillo ha sido imitado en varias ocasiones a lo largo de la historia del cine. De hecho, la película inspiró dos remakes y solo uno se pudo llevar a cabo. El primer remake estaba dirigido por George Cukor y quedó incompleto por la repentina muerte de Marilyn Monroe, que era su protagonista. Se trataba de Something's got to give y en el reparto también estaba Dean Martin. Se rodaba en 1962 cuando el mundo del cine sufrió, como una sacudida, la trágica noticia. Posteriormente, tuvo lugar un remake desafortunado con Doris Day. Podemos ver la famosa escena del ascensor en el propio tráiler de My favorite wife:



Antes de terminar este post es necesario hablar de una de las mayores curiosidades de la película: ¿Quién era realmente la mujer favortia de Cary Grant? Pues bien, no era Irene Dunne. Aunque actualmente el hecho es de sobras conocido, en 1940 Cary Grant era el galán por excelencia, por el que suspiraban actrices, figurantes y público en general. Nada conocían de su orientación sexual.
Cary Grant y Randolph Scott en una imagen que suponemos inédita en la época

Grant y Randolph Scott se habían conocido ocho años antes, en 1932, durante el rodaje de Sábado de juerga (William A. Seiter) y parece ser que, desde ese momento, adquirieron una casa en Santa Mónica (lejos de los inquisitivos fotógrafos hollywoodienses) y compartieron el máximo tiempo posible. Por aquel entonces Cary Grant estaba casado con Virginia Cherrill y esta lo abandonó por pasar demasiado tiempo junto a su amigo. Más que con ella. Como vemos, en 1940, año en que se rodaba Mi mujer favorita, la pareja Grant-Scott ya llevaba tiempo consolidada, eso sí, en el más estricto secreto. La sociedad norteamericana hubiera acabado con la carrera de ambos actores de haber conocido esta historia. De hecho, Cary Grant tuvo que contraer matrimonio en numerosas ocasiones (hasta cinco), aconsejado y presionado por los estudios de grabación para acallar posibles rumores. Lo cierto es que Randolph Scott forma parte del reparto de Mi mujer favorita porque fue condición inapelable del propio Grant. Durante el rodaje, compartieron íntimamente todo el tiempo libre e incluso vivieron juntos, completamente aislados del resto del equipo. Sin duda, eran tiempos difíciles para la homosexualidad y esta pareja tuvo que vivir verdaderas complicaciones. Dos años más tarde, en 1942 Cary Grant contrajo matrimonio con Barbara Hutton quien, según dicen, acabó con el idilio entre su marido y Randolph Scott que, comprendiendo que se trataba ya de un amor imposible, contrajo a su vez matrimonio con Patricia Stillman, en 1944, con la que compartió el resto de su vida. Sin embargo, Grant se divorció de Hutton en 1945 La relación entre él y Scott perduró en el tiempo, al menos transformada en amistad, hasta 1986 año en que murió. Randolph Scott solo sobrevivió un año a la muerte de Grant
Década de los treinta. Scott y Grant, en su casa, como dos playboy
Desde luego, conociendo esta historia como telón de fondo, el visionado de Mi mujer favorita queda alterado y lo contemplamos todo desde otro punto de vista. Sin embargo, no deja de ser una divertida comedia, agradable para ver tranquilamente una tarde de domingo, ahora que empieza a apretar el calor. O eso, o nos vamos a la playa...
Randolph y Cary se divierten

El reparto completo de My favorite wife: Gail Patrick, Cary Grant, Irene Dunne y Randolph Scott