Fotografía de Julio Miranda |
Experiencia Arrabal
Entrar en Madrid procedente de Aragón siempre me ha resultado sumamente sencillo. Sin embargo, el asunto se complica y adquiere cierta enjundia si uno decide visitar lugares ignotos y lanzare así a la improvisación, a calzón quitado y por supuesto, desprovisto del detestable y común aparatejo de voz tomada que algunos llaman "navegador". "¿Pero vienes sin navegador?" -preguntan, ojipláticos-. Y entonces piensas en sus padres, en sus abuelos, todos sus antepasados "navegando" por aquellas carreteras estrechas y vericuetos donde nunca perdían rumbo ni escuchaban esa absurda y fanfarrona celebración: "¡Se ha perdido la señal GPS!". Premisa a tener en cuenta: si por primera vez visitas Majadahonda y debes regresar a Madrid, darás tantas vueltas a la M-30 que amenazarás la rotación terrestre. Precisamente de Majadahonda llegábamos mi excelso copiloto, Raúl Herrero y yo, después de entrevistar a Antonio Chicharro, hijo del poeta Eduardo Chicharro y de la pintora Nanda Papiri, para la revista del Ateneo Jaqués "El eco de los libres" y su dosier especial que dedicará al Postismo.
Durante la entrevista, junto a Antonio Chicharro y sus dos peludos amigos |
Dos horas de retraso en la llegada al hotel propició que nuestra amiga Marta García tuviera que narrar, vía telefónica, los acontecimientos arrabalaicos en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo. Rondaban ya las ocho y media de la tarde cuando todo el sol que faltaba en la noche de Madrid irrumpió en la cafetería de un hotel. Fernando Arrabal, con sus perpetuas cuatro lentes, lleva el universo por atuendo. Levanta dos dedos de la mano izquierda y sonríe como un travieso sátiro mientras sostiene al dios Pan, en un negro maletín, a la diestra. Abraza a su amigo y editor Raúl, besa a su amiga Marta, a Belén y estrecha mi mano llamándome "poeta", una palabra que hoy considero inventada solo para él. Toda su jornada ha discurrido en ARCO, atendiendo a la prensa, realizando largas entrevistas e ingiriendo litros y litros de Coca Cola, todo su alimento fierabrás. Tiene 84 años y más vitalidad que un joven de treinta. Accedemos a un reservado de la cafetería. Cuando Arrabal habla, cambia el paisaje. Con sencillez y de manera natural todo se vuelve ceremonial, casi ritual. Es inevitable. La liturgia del aprendizaje. El Maestro habla a sus discípulos que escuchan como quien recibe el Pan sagrado. Arrabal comienza diciendo que no es un genio y todos admiramos la humildad de una leyenda. Después desmenuza con sus dedos el mito del don Juan, del burlador de Sevilla; destruye al seductor. "¡Es mentira! -dice- Nunca ha existido". Y del amor, confiesa, también es falso. Habla de los salones de masaje, del burdel que regentaba en París la madre de Sara Bernhardt y de la asiduidad que le profesaban ciertos monarcas (Alfonso XIII y su catre con resortes, el zar de Rusia o el rey de Inglaterra) Habla de Bretón, Topor, Dalí y la navaja de Buñuel sobre el rechazo de Gala. Refiere a Ionesco, Picasso, Jodorovsky y a la vez, aporta una visión, como siempre, diferente, insólita y propia sobre los refugiados. Cuenta un chiste, recuerda el momento en que vio a la Virgen María, pregunta a cada uno de nosotros sobre hazañas sexuales, revela cómo estuvo a punto de morir asesinado en México D.F. y comentamos el artículo que acaba de publicar en ABC donde, precisamente, cita al poeta Eduardo Chicharro. Con Arrabal no existen las casualidades. Nada y todo son confusión y rigor. Se cumplen las once de la noche y los camareros no entienden de genialidades. Hay que abandonar la estancia. Arrabal sube a la habitación y el resto del grupo, ya descabezado, intenta inventar una noche que acaba de morir. Sin embargo, adquiero otro aprendizaje: nunca más visitar el local "Le Petit" en calle Margalejo donde un Manhattan es un granizado de viscoso color naranja.
Arrabal en ARCO. Fotografía de Marta García |
Otra fotografía de una de sus innumerables intervenciones en ARCO. Fotografía de Marta García. |
Fernando Arrabal, Raúl Herrero y yo en la mencionada cafetería del hotel. A esas alturas, la noche, ya es una naranja exprimida. Fotografía: Marta García |
Al día siguiente, Marta, Raúl y yo encontramos a un Fernando Arrabal pletórico. Espera en la calle nuestra llegada. Quiere desayunar chocolate con churros. Yo advierto que en mi hotel carecían del clásico desayuno y él reacciona: "¡Es imposible! ¡Es Madrid! Si no hay churros en Madrid...¡es necesaria la revolución!". De camino al Bar Santander también alude a la dificultad de encontrar pistachos por donde quiera que vaya. Ese sábado el sol en la capital luce espléndido y nos dirigimos a la terraza. Arrabal vislumbra una mesa solitaria con los restos de un desayuno madrugador. En concreto, una de las porras del plato parece intacta. Rapiña. "Sí, están buenas. Nos quedamos" -dice- Al desayuno acude el editor y amigo personal Juan Carlos Valera que ha regalado a Arrabal una obra con la que aparece en la entrevista de La Razón de esa misma mañana y el presidente de la Casa de Melilla en Madrid, Julio Miranda. A las doce del mediodía don Fernando ofrecerá una conferencia en la sala Cayón. Sin embargo, desayunamos sin ninguna prisa. Tenemos tiempo de recordar su obra epistolar dirigida a Fidel Castro y a Francisco Franco. Resume con rabia su llegada a Cuba y la horrible sensación de sentirse rico y poderoso, solo por ser europeo. Una leve sombra en sus claros ojos. No termina el chocolate. En cambio, apura la Coca Cola de su hija Delia.
Fernando el santo. Fotografía de Marta García |
El trayecto a pie hacia la galería es delirante. Arrabal camina despacio porque es un observador que, además, disfruta de la conversación. Pregunta si es normal que los madrileños conduzcan tan deprisa y en mitad del cruce, comienza a torear los vehículos que pasan por su lado. Al fin llegamos a la sala y acude de nuevo la ceremonia. Un cenáculo donde los apóstoles rodean al maestro. Arrabal habla de la miseria que azota invariablemente a los más brillantes artistas. Solo conoció a un par de pintores que fueron afortunados y murieron ricos: Dalí y Picasso. El resto de poetas mueren ignorados y miserables. "Pero los poetas cambian el mundo" -advierte-. Recuerda también el momento cumbre del Surrealismo y la ceremonia de 1959, destacando la figura del artista Jean Benoît en "La ejecución del testamento del Marqués de Sade" y termina con la fundación del movimiento Pánico.
Instante de la conferencia en la sala Cayón. Fotografía de Julio Miranda |
Instantes antes de terminar la conferencia. Fotografía: Marta García |
Conocer a Arrabal es una experiencia única, un continuo aprendizaje. Es un maestro, un sabio que no se considera tal, un místico, casi un santo; es cercano, ofreciendo y despertando cariño entre las personas que lo rodean. En España y su habitual desconocimiento prevalece una idea muy alejada de la realidad. Ahora Arrabal está sentado en el centro de la mesa. A su derecha, Julio Miranda, Raúl Herrero y yo. A su izquierda, Marta García, Juan Carlos Valera y su paisano José Jóver. La Última Comida es en La Fábrica de calle Génova. Tiene la amabilidad de firmar algunos ejemplares de sus libros. Debe partir y nos parte la despedida, nos vacía. Con él vuela, en su maleta del dios Pan, un ejemplar de "El eco de los libres", revista que contará con su colaboración en el próximo número. Mis incipientes alas todavía no son fuertes para volar a París pero crecerán entre huellas arrabalaicas. Cada vez que se marcha, Arrabal deja huérfana a España y esta ciudad, desde hoy, debería cambiar su lema: "De Arrabal, al cielo".
Marcos Callau
(Artículo publicado en El Pirineo Aragonés, el 3 de marzo de 2017)
De izquierda a derecha: (Yo), Raúl Herrero, Julio Miranda, Fernando Arrabal, Marta García, Juan Carlos Valera y José Jóver. Fotógrafa anónima.
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Agradezco la oportunidad de haber conocido a Fernando Arrabal, a mi amigo Raúl Herrero. No viviré vidas suficientes para agradecer tan suma hazaña.
Pasadas las horas y recién llegados a Zaragoza, sin embargo, la pesadilla de nuestra España cerril y cazurra entra en escena. Lamentamos profundamente esta noticia que más parece un latigazo contra la espalda: el Ayuntamiento de Madrid decide retirar los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal de sus correspondientes naves 10 y 11 en el complejo cultural del Matadero. La indignada protesta y la reacción, poco secundada pero rápida, no se hace esperar. En las jornadas próximas asistimos al "recule" y Manuela Carmena tilda de "confusión total" el desbarre de Mateo Feijóo, cabeza visible del nuevo equipo de dirección en estos espacios y asegura que ambos nombres se mantendrán finalmente en las naves del Matadero. No obstante, parece que todavía resiste cierta reticencia a colocar de nuevo los rótulos que rezan Max Aub y Fernando Arrabal. POR FAVOR. Para una vez que habían ustedes acertado, no deshagan el camino, no nos hagan pasar más vergüenza. Pidan, si es necesario, ochocientas mil disculpas, pero no se muestren dubitativos, reaccionen como es debido y coloquen sin demora los rótulos donde corresponde. Si desean que el Matadero sea reconocido como un referente cultural, ¿cómo ir en contra entonces de la libertad, del conocimiento, de la propia cultura?, ¿cómo no rendir tributo a Max Aub y a Fernando Arrabal per saecula saeculorum? Por si acaso y para que quede claro, sumamos nuestro apoyo para que las naves 10 y 11 por siempre, lleven el nombre de Aub y Arrabal, respectivamente. Nombres que permanecerán aun si muere el Matadero. Publicamos la dos postales que Arrabal remitió a Manuela Carmena. La primera, cuando estalló la polémica. La segunda, un agradecimiento post-recule.
Genial entrada, Marcos. Una gozada. ¡No nos dejes esperar tantos meses entre una entrada y otra! ¡Viva los blogs! ¡Pero hay que darles de comer! Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarEsperemos poder alimentarlo convenientemente, amigo Roberto. Un fuerte abrazo y gracias por estar ahí.
EliminarNo conozco mucho a Fernando Arrabal. Tampoco su obra.
ResponderEliminarTu entrada, Marcos, como siempre, una deliciosa lectura.
Bienvenido a tu blog.
úAmiga Clementine, te invito, te insinuo, te conmino a que descubras el insuperable universo arrabalaico. Poco a poco, yo estoy en ello. Gracias! Saludos
Eliminar¡Qué experiencia la tuya! Pasear por los madriles con el autor de "El arquitecto y el emperador de Asiria"... ¿te contó algo de sus experiencias en París con Topor y Jodorowsky? Recuerdo a Arrabal en aquellos programas literarios de televisión donde debatía, fumaba y ya bebía mucha coca cola. Ahora no hay programas sobre libros en la tele, y tampoco se fuma...
ResponderEliminarAbrazos y me alegra mucho tu regreso bloguero.
Borgo.
Creo que don Fernando ya no fuma, amigo Miquel y sí, por supuesto, aparecieron Jodorowsky y Topor y muchos más (Dalí, Buñuel, Gala, Benoît...) Un fuerte abrazo y muchas gracias!
EliminarEnvidiable encuentro y deliciosa manera de contarlo, Marcos. Grande Arrabal. Me alegra comprobar que la torre de su genialidad sin ataduras no ha sido herida por el rayo de la vejez. Un abrazo.
ResponderEliminarAmigo Juan, un gusto volver a hablar contigo. Esa obra que has recordado en tu comentario, es la primera que leí de Arrabal. Me cautivó. Y ya no pude parar. Un fuerte y agradecido abrazo
EliminarTodo un personaje, único, junto al difunto Umbral hubiera formado un mágnifico trío del esperpento con Valle-Inclán.
ResponderEliminarSaludos
No es nada desdeñable ese trio que propones, amigo Cahiers. Quizá yo agregaría a Cela. Un gustazo volverte a ver por el blog y hablar contigo.
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